Salir a caminar por la mañana

 



 

Mi madre, durante muchos años, salía a caminar a las 7:00 de la mañana con sus amigas. Todos los días, sin excepción. Eran un grupito de tres a cinco mujeres las que se juntaban para hacer ejercicio matutino. Algunas vivían cerca, y quedaban en la esquina de la calle de abajo, y a otras la recogían de camino. Había días que la Conchi no podía venir porque se encontraba mal o porque tenía que cuidar a la nieta, otros era la Pepi la que no podía. Daba igual que alguna faltara, como eran un amplio grupito, quedaban el resto y siempre podían hacer su caminata. 

Durante buenas temporadas, aquellos años en los que vivía con mis padres, muchos días iba con ellas. Siempre he sido una dormilona de esas que le cuesta la vida levantarse por las mañanas. Me costaba horrores “madrugar” y muchas veces mi madre me salpicaba con agua para que espabilara. Me enfadaba mucho pero luego se lo agradecía. De hecho, por eso lo hacía, porque sabía que luego me encantaba. 

Era muy muy guay vencer la pereza y salir de la cama. En invierno costaba muchísimo más por el frio, pero es verdad que enseguida entrabas en calor y a la vuelta disfrutaba de ver salir el sol porque nos amanecía a medio camino. En verano ya era de día a esas horas, puede que no costara tanto levantarse, pero también valía la pena el esfuerzo. Salías a la calle con el calor de la noche y era un gustazo sentir como te despejaba el fresquito de la mañana. 

Luego lo mejor era compartir con mi madre y sus amigas esa hora de caminata que nos llevaba por el bosque y subíamos hasta una pequeña montañita que tenemos a las afueras del pueblo. Mi yo de entonces tenía los 20-25 años, ni era madre ni tenía responsabilidades y me divertía mogollón escuchándolas. Aquello era un verdadero magazine y no lo que echaban en la tele. Tan pronto comentábamos asuntos familiares, como bombazo de la prensa rosa, te partías de la risa con sus historias, como algún chisme del pueblo o alguna noticia política importante. Cada día pasaban cosas. 

Rememoro aquellos tiempos porque muchos días los recuerdo. Desde que acabó el colegio, salgo con Fibi a caminar con el fresquito de la mañana. Un poco diferente sí es, pero todos los días me acuerdo. Y la sensación me tiene enganchada. 

Cojo a mi perrita y me pongo mis cascos. No camino tanto rato ni me voy tan lejos, tampoco llevo la compañía de aquellas maravillosas mujeres con las que tanto me divertía, es diferente. Pero he empezado a correr a intervalos y me siento feliz cada vez que lo logro. Ahora no tengo a mi madre que me salpique agua y me obligue a salir de la cama, soy yo quien debe levantarse porque luego tengo a dos niñas que poner en marcha. Si me descuido, no me da tiempo, así que intento cumplir y esforzarme por salir tres veces a la semana por lo menos. No siempre lo consigo, sigo siendo muy muy vaga. 

En realidad, es una birria la fuerza y la resistencia que tengo, es un churro lo que hago y hasta ridículo cualquiera que me vea. El Toni (y muchísima gente) pasa corriendo y se hacen 6-8 kilómetros mínimo sin parar. Yo corro a intervalos de un minuto y apenas llego, jajaja. 

Espero mejorar porque me he propuesto el objetivo de conseguir dar toda la vuelta entera corriendo. Pero no me obsesiona ninguna meta, porque vale tantísimo la pena hacer deporte, que ya no se trata de eso. Me quedo con todo lo bueno: que tengo las piernas ligeras durante todo el día, que me encanta tan solo conseguir salir temprano y es maravilloso lo bien que me siento luego.   

La compañía de Fibi me llena tantísimo… yo nunca he tenido perro, son nuevas estas vivencias y me hace super feliz salir con ella tempranito, que es un valor añadido a las sensaciones bonitas que tengo.  


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