El gustillo de la Siesta





 

Durante años, los meses de julio la dinámica de los mediodías en casa era un poco estresante. Salía corriendo de trabajar para recoger a las niñas con una calor espantosa y llegaba a casa sudada cosa mala. Después de comer era la hora de poner crema y bañador para dejarlas listas y devolverlas al Casal d’Estiu. 

Hoy la dinámica ha cambiado bastante. Ahora vuelven solas del Casal, para cuando llego ya están en casa y ellas solas se preparan para la piscina o juegos de agua. ¡Viva, viva, qué maravilla! Parece una tontería, pero solamente con estos dos avances, ha mejorado mi calidad diaria algo bárbaro. ¿Y dónde lo he notado? ¡En la siesta que ahora de vez en cuando hago!   

La siesta ES UN LUJO para aquel que la puede y sabe disfrutar. De hecho ¿cuándo la solemos hacer? En fines de semana y vacaciones. No cal explicar nada más.  

Tampoco es que haga siesta todos los días, no. Diría que incluso son más lo que me enredo haciendo cosas, pero los días en los que sí duermo, son una autentica gozada. Normalmente son mediodías en los que la noche anterior he pasado muy mala noche. Desde hace un par de años he entrado en el mundo de la perimenopausia y en sus cambios hormonales como ya expliqué y con ello, sufro bastante insomnio. Ese monstruo nocturno y caprichoso que de buenas a primeras aparece y te saca de una patada de tu estado maravilloso de sueño. Así, por las buenas. Te pone de patitas en la calle y te deja tirada sin compasión. Te quedas como tonta de madrugada, despierta, completamente desvelada y ansiosa por volver a cerrar los ojos y subir de nuevo al vagón. Atrás ha quedado mi etapa de marmota que era capaz de dormir 12 horas seguidas. No se si volverá algún día o es cosa de la edad ya pasada. 

Son entonces esos mediodías que necesito saborear de una siestecita reparadora. Me pongo mi cronometro durante 20 minutos y me voy al sofá. Caer rendida en el estado de relajación, ausentarse del mundo por completo y conseguir desconectar. Dormir profundamente ese ratito pequeño. Me despierto nueva. Solo han sido unos minutos, pero da la sensación que han sido más. Me han sabido a gloria, me han cargado las pilas desde dentro, parece un día distinto, es como si volviera a comenzar.  

Mola despertar pensando ¿Dónde estoy? ¿Qué día es hoy? Jajaja. Si despiertas desorientada, es que ha realizado correctamente su función. Rápido te centras y wuala: recarga completada. Lo peor es llegar al curro de nuevo con la cara arrugada y los ojos rojos de recién levantada. Porque quien viene con esa resaca por la siesta: SE NOTA. 

Lo curioso es el hambre con el que lo haces. Perdone, ¿qué ha pasado en esos 20 minutos? ¿Qué clase de maratón supernatural he hecho como para despertar con este apetito voraz, que parece me acosté sin comer? ¿Y esas ganas horripilantes de dulce? Cuesta no atacar la despensa, especialmente la nocilla. 

He de decir que a veces he intentado hacer una siestecita por el gusto de dormir y no he podido. Ella también viene cuando quiere, no te vayas a pensar que la tengo dominada. Bien porque no he podido desconectar, o no ha habido suerte, o lo que sea, sabe Dios. Esto es como hacer planes, a veces van bien y a veces no. Pues igual.   

De pequeña y en vacaciones, la siesta en casa de mi madre eran de media tarde. Ella tiene la costumbre de bajar persianas para estar más fresquitos. Entonces se pasaba todo el mediodía la casa a oscuras. Yo entonces no dormía, veíamos la novela mientras mi madre daba sus cabezaditas. Luego cuando acababa el capitulo, levantaba las persianas, abría las ventanas, dejaba entraba el “fresquito” y ya podíamos salir a la calle. 

La siesta es para bebés y para mayores a partir de los cuarenta. Está claro que en los treinta y cinco años del medio no necesitamos tomarnos estos descansos, tenemos la energía necesaria y nos sobra. Pero ahora mismo para mí, no existe ningún placer mayor que el dormir. Así que, llegados a esta etapa, será cuestión de dejarse llevar y aprovehcar que este mes de julio puedo disfrutarla.  


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