Hablemos de vestidos

Desde hace unos años, le he cogido el gustito a comprarme vestidos cuando de nunca he usado. Yo era como Carla, nunca quería vestidos, solo mayas cómodas. Puedo contar con los dedos de las manos los vestidos que he tenido en mi vida, de hecho, decidirme por un vestido de novia fue una aventura de angustia y sufrimiento. Pero he cambiado, tanto, que ahora si busco algo de mudar, de fin de semana, se me van los ojos a los vestidos. Lo que pasa es que ropa de mudar compro poca la verdad, porque salimos poco (por no decir nada). Por esa razón, la idea es vestir más con vestidos aunque sea para salir al Mercadona. Mis vestidos son de lo más casual que una pueda imaginar, no imaginéis voy a ir a hacer la compra a lo faraona, jeje. Lo que quiero es no perder la costumbre ahora que me he pasado al lado femenino de la vida. Además de que cuando mi hija pequeña me vé con vestido, dice: mama que “munitaaaaa”….y eso vale oro, es el piropo más hermoso que he recibido jamás, el de mis niñas. Y a mi hija pequeña quería llegar.

Yo no sé si fue por sentir este interés vestidil al tener a Judit, o simplemente es que me ha salido la niña más presumida del mundo. Pero el tema de los vestidos empieza a ser obsesivo. Tanto, que lo que empezó como un comportamiento gracioso, con sus risas y tal, es motivo de un par de rabietas diarias si no le cambias el vestido cada vez que ella lo pide.

Entre poc i massa………….el día transcurre así:

Se despierta. Antes de pedir el desayuno, ya pide ponerse un vestido. Se lo pones. Desayunamos, se mancha. Vale, cambiamos vestido. Lavamos dientes, se moja. Vale cambiamos vestido. Ahora ya no le pongo vestido hasta después de desayunar y lavar dientes, pero claro, tenemos rabieta por no hacerlo y encima, antes de desayunar.  

Viene del colegio, y ya está cansada de llevar el vestido que lleva. Nada más entrar por la puerta te pide cambio. Volvemos al apartado anterior, no se lo pongo porque es hora de comer y se mancha, entonces hay que volver a cambiar. Según el día, lo entiende y se “puede esperar” a después de comer, y en otros días, rabieta. Cómo me niegue a cambiar el vestido, entra en cólera.  Hemos llegado a pensar que incluso, se mancha a propósito para volver a cambiarse. Porque cómo le caiga una gotita de agua cuando bebe, ya no lo quiere. ¡¡¡m’he mullaaaaaaatttt!!! Y fuera, a por otro.

Llega la tarde, misma operación. Llega la noche, baño y ¿pijama? No…vestido. Nos ponemos a cenar, y lo mismo que por el desayuno y la comida. Rabieta rabieta y rabieta, como más rabieta cuando definitivamente nos vamos a dormir y hay que quitarle el vestido…..esto hay días que más o menos lo llevas bien pero otros, como le coincida el sueño con su genio….acabas del tema vestido hasta la coronilla. Pobrecita mía, jajajaja, me río pero sin exagerar, hay días que podemos cambiar de vestido hasta cuatro veces.

No debería pero cedo la gran parte de veces porque se pone taaaan contenta, tan feliz, tan emocionada, tan cariñosa por que le cambies el vestido que muchas veces no puedo resistirme. “asias mama” y se pone a bailar, a abrazarte y besarte por haberle puesto ese vestido tan bonito. Se pone sus merceditas de lazo, su corona (diademas), sus collares o los míos, pulseras….y bailotea por casa a cual princesa feliz en su reino.

Eso sí, no gano para lavadoras ni para vestidos. Tanto el Tió como los reyes le  trajeron vestidos en lugar de juguetes. Claro, yo también he alimentado con ello su ansía por ponerse el máximo de vestidos al día.

En estas navidades, me puse un vestido negro (típico) y oye, “mama no es bonic” y me mandaba ponerme uno floreado de verano que había colgado por allí. Oye, enfadada de que ese no le gustaba que me pusiera. ¿será posible? Monillo, yo tardé 35 años en interesarme por los vestidos, ¿cómo tú con 3 años tienes más clase que yo?

¿Pero ha quien ha salido esta niña tan princesita? 



Comentarios

Entradas populares