El Mendigo

Estas navidades intentaron entrar a robar en casa. En nochebuena, mientras muchos nos reuníamos en casa de nuestros padres hubo quien aprovechó la ausencia para hacer maldades. En mi casa,  en la casa de al lado y en todas las casas de nuestra calle. Entraron en los trasteros de la calle de arriba y de la última calle también. En algunos consiguieron su cometido, en otros no. Por suerte en la nuestra, que lo intentaron dos veces, no lo consiguieron.

Cuando ves las marcas en tu cerradura se te pone el cuerpo del revés. Nunca me había pasado nada parecido, siempre me he sentido segura, así que la sensación de repente de sentirme insegura en mi propia casa, con mis niñas pequeñas, nos dio el día de Navidad porque no conseguía quitármelo de la cabeza y tuve miedo. Pero bueno, los días han pasado, han encontrado a la delincuente y no quiero vivir temerosa.

Por supuesto, Carla de esto no sabe nada.

El domingo por la tarde estábamos solas en casa y tocaron al timbre. Carla corrió a coger el interfono, le reñí porque ella no debe contestar, pero a mi niña le gustan poco las normas, para cuando se acuerda de ellas ya se las ha saltado. Nuestro interfono tiene una cámara de esas para ver quien llama, pero es antiguo, en blanco y negro y con poca definición. Resultó ser un señor pidiendo limosna.

Ahí estaba yo, entre la riña y la conciencia sin saber qué hacer. Carla escuchó la conversación y vió al señor. Quería darle su dinerito del ratoncito Pérez. Desde luego, quien pide tiene más respeto por mi parte que el que roba y siempre me ha dado muchísima lástima aquel que ha de pedir. Debí decirle que se fuera, pero me dio pena.

En ese momento, decidí que ganara la bondad a la desconfianza y quise ayudarle. Preparamos una bolsa con un paquete de arroz, otro de judías blancas, pasta y unas latas de olivas. Lo que pillé. También  cogí 3 euros que tenía preparados para una pequeña excursión de mi hija.  

Cuando bajé y le ví….cara a cara...y escuché su  voz más detenidamente, supe que me había equivocado. Y volví a tener miedo sin querer. Tonta tonta tontaa…no podía pensar otra cosa….¡Eres tonta! El hombre no quería comida y encima, ¡se enfadó!. Me contestó de malas maneras que él ya tenía comida. Viendo el error y la situación, le di los euros, le deseé suerte, y con el corazón en la boca cerré la puerta todo lo rápido que pude.

Intenté disimular ante mis hijas mis nervios, quitarle importancia, pero para Carla fue un shock. Empezaron las preguntas: Per què demana per les cases aquest senyor? On dorm? No te pares? (que bonita) Per què no va voler la bossa de menjar?  

Hoy todavía no puedo quitármelo de la cabeza, lo inconsciente que fui. Si hubiera sido un tío peligroso, ¿qué? No puedo ser tan ingenua. Pero mira, en ese momento me dio muchísima pena y pensé que quizás lo necesitaba de verdad. Luego, arrepentida de haber abierto, me di cuenta que si pensara un poquito las cosas entendería que nadie de bien, va pidiendo por las casas.  

Tan mal cuerpo se me quedó, que iba a salir al parque con las niñas y se me quitaron las ganas. Y volví a sentirse insegura en mi barrio, esta vez, por imprudencia mía. Quizás si no hubiera pasado lo del intento de robo, hubiera sido una triste anécdota más, estas cosas me dan mucha lástima sean como sean y ahora recuerdo que en casa de mi madre también pasaba una mujer pidiendo cuando eramos pequeñas. Porque antes no existían interfonos con cámaras, ni porteros automáticos, abrías la puerta y ya. Te encontrabas de frente con quien fuera. Pero al tener esa otra experiencia tan reciente, realmente me dio miedo.

No volverá a pasarme. Sintiéndolo mucho, espero que nadie necesitado vuelva a tocar a mi puerta porque no es sitio donde pedir nada.


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