Defecto de fabricación

Me propongo el reto de intentar escribir casi todos los días, aunque sean dos líneas. De forma improvisada u organizada, pero hacerlo hasta que acabe este año que está a punto de finalizar. Lo que sería un diario de verdad. Ya recalco ese "casi" porque sé que todos no lo iba a conseguir. Viendo mi expediente, ya sería una triunfada y logro personal alcanzar ese "casi".

PD: He cambiado el texto porque no me gustó lo simplón que quedó ayer para lo que quería explicar, y pese a que son ejemplos que no tienen nada que ver entre ellos, sin sentido alguno los unos con los otros con comparaciones además que pueden parecer inapropiadas, así lo sentí por ese momento. Fueron mis recuerdos cruzados.
  
Me ocurre a menudo, pensar que todo es mejorable, que seré más feliz en donde todavía no estoy o es mejor la otra opción, en no disfrutar plenamente de los momentos.

El otro día sin venir a cuento recordé los primeros años con mi ex. Esa etapa que ni eres adolescente ni mayor. No sé muy bien por qué (la mente tiene estas cosas) supongo por los momentos que sí fueron buenos pero no los viví así. Debía tener  17 ó 18 años cuando nos reuníamos con los amigos. Y descubrí que siempre he fallado en lo mismo, en dar demasiada importancia a los detalles que no me gustaban, impidiéndome vivir los momentos con la máxima entrega y felicidad, como parecía que los vivían los demás.

Por ejemplo, recuerdo la etapa cuando nos reuníamos siempre en casa de su mejor amigo, estar todos reunidos en el salón y ver aquella casa estaba echa un asco (a mi parecer). Y allí estaba yo, sentada en un sofá lleno de pelos de sus perros malolientes, viendo el polvo y el desorden por todas partes, deseando irme de allí solo por esa razón, mientras todos reían y se lo pasaban bien. Visto así suena un poco de niña estiradilla y asquerosilla… y la verdad es que puede que no fuera para tanto, y bien podría haber ignorado esos detalles porque lo pasábamos bien. Pero no podía. Repito: no sé por qué recordé esto. Más tarde, alquilemos un piso viejo para reunirnos. Se pagaba 20.000 pesetas entre cuatro y era otra choza. No me gustaba ir porque más que sucio, que también, era un piso muy viejo que me daba hasta miedo cada uno de los elementos que había.

Luego nos reuníamos todos en el bar, ya teníamos otra edad. Tampoco conseguía disfrutar plenamente de todos esos momentos en muchas ocasiones…al final no hacíamos otra cosa que beber y me aburría el encierro, no cambiar, no hacer otras actividades o ir a otros sitios….muchas veces ni iba. Ahora recuerdo las risas con cariño, pero es cierto que siempre quería otra cosa o quizás lo mismo pero de forma diferente no sé, una quejica empedernida. Nunca era perfecto, como lo había imaginado o cómo deseaba, y no los disfrutaba plenamente.

Por no hablar de todos mis complejos que seguramente ya habré comentado en tantas ocasiones: mi hiperhidrosis, mi timidez adolescente, mi ruboración facial…tampoco ayudaban.

Sin duda, defecto de fabricación o síntoma de inmadurez. Será la edad y la experiencia lo que te hace valorar la importancia de las cosas y todos los momentos que vives cada día, por imperfectos que te puedan parecer, no lo son. En realidad, aunque me cueste entenderlo así, son perfectos en su tiempo y forma, únicos e irrepetibles.

Y ahora que soy madre, que todas esas etapas quedaron en el pasado, para comprenderlas solo en el recuerdo, ahora que he aprendido a vivir con mis complejos y llevarnos bien, me descubro por primera vez en mi vida, viviendo una FELICIDAD CONSCIENTE, aun acabando muchos días atacada de los nervios. Porque no se trata de imperfecciones, se trata de vida real. Tan real como que la pequeña está en plena etapa “rabietil” y cada noche tenemos un episodio de rabieta nueva, por la razón que sea: quiere un vestido en lugar del pijama, quiere mi móvil, quiere un iogur….y la grande, que aunque cada día nos sorprende con un nivel de madurez nuevo dejándonos completamente fascinados, no deja de ser “la niña intensa” de pilas alcalinas, con un nivel de energía arrolladora que no tiene fín.

Judit hasta los 3 años ha necesitado dormir con nosotros. Durante muchísimas noches, he deseado conseguir dormirla en su cuna, sobre todo para poder descansar bien y no despertar con las cervicales rotas. Pues ahora que ese momento ha llegado, que acuesto a las dos juntitas en la habitación, demasiadas noches la echo muchísimo de menos. Es de estar muy loca, pero así es. Más de lo mismo, desear siempre lo que todavía no ha llegado pensando será mejor y cuando llega...echarlo a faltar. 

Por todo eso ayer, mientras estaba durmiendo a mis hijas en su habitación, a oscuras, con el proyector llenando el techo de estrellitas de colores, no podía sentirme más orgullosa de ellas y fui consciente de mi actual felicidad, de cómo estos son los momentos más felices que voy a vivir. Como todo pasa, y aunque hayan días malos de dura conciliación, que a las 21.00 horas no vea el momento de acostarlas por fín, es sin duda ésta la etapa más especial y maravillosa que recordaré cuando sea mayor, por más que ahora, con el estrés del día, del trabajo, la casa, las extraescolares, etc etc, acabas extasiada y sueñes con el día en que se hagan mayores, me siento, las miro, y soy plenamente consciente de lo afortunada que soy y los momentos que vivo.


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