El peor de los julios

Escribir es una terapia. Me doy cuenta que escribir saca la parte más positiva de todo lo que pienso y lo que me pasa en mí día a día. Quizás sea porque es el recuerdo que quiero guardar, o porque realmente es curativo, y sirve muchas veces para darse cuenta que en ocasiones nos parece un mundo cosas que tienen fácil solución, o que en realidad no son tan malas como te parecen, o simplemente te ayuda a relajarte.

Pero en julio no escribí de ello porque cuando algo pesa mucho, sabes que escribir no lo va a mejorar y no te apetece hacerlo, prefieres guardártelo. Por eso será que no escribí sobre mi estado, porque acabé DESQUICIADA.

Mi paciencia, que ya es de naturaleza “humilde”, quedó completamente agotada. L’escola d’estiu era necesaria para tener a Carla unas horas entretenida y que descansaran las iaias, pero me llevaba de culo con los horarios y el tener a la grande aquí y la pequeña allí. Los 40 grados tampoco ayudan. Entremos en bucle en ese estado de impaciencia constante en la relación madre-hija donde ni el sueño de una noche era lo suficiente reparador como para levantarse con “pilas cargadas”. Esa situación me deprimía, me hacia sentir la peor madre del mundo y me comía por dentro.

Ella desobedeciendo se lo pasaba bomba, tiene cierta tendencia innata a desafiarte y hasta para ponerse unos zapatos se desataba la enésima guerra mundial en la república independiente de mi casa (ya no hablemos de prepararle para ir a piscina, con su crema solar, su biquini, sus sandalias……pa’morirse). Conciliar casa, trabajo e hijos requiere una organización casi militar y una paciencia infinita. Lo asumo, ni una cosa ni la otra y tengo que trabajarme esto. El problema es la falta de tiempo para hacerlo todo, queremos que nuestras hijas sigan nuestro ritmo, y eso es imposible.

El caso es que me pasé los días de julio dando vueltas, con las horas pisándome los talones y con una convivencia de perros que era una batalla constante para comer, para bañarse, para todo. La pequeña con mamitis, era entrar por la puerta y ponerse a la carrera detrás de mí, enganchada a las piernas, reclamando a su madre a todas horas. Nada más tierno y precioso . Es para tener una chacha que se encargue de todo lo demás y poder dedicarles a ellas ese tiempo, pero desgraciadamente, no es el caso. 

Toni con su cambio de trabajo, digamos que no existía. Tuvo una adaptación complicada y un cambio muy estresante, estaba en su mundo. Esto tampoco ayuda nada, al revés. Y también tenía que entenderle claro. Yo tengo que entenderlo todo, esto es así, las madres somos esa fortaleza que como caiga, apañados estamos. Pues así quedemos. Fue durísimo.

Necesitaba las vacaciones como respirar. Y las ansiaba con cierto miedo también, sin saber si mejoraría o empeoraría todo. Qué triste tan solo pensarlo…pero el mar es mágico y en ellas he recuperado la serenidad que perdí con respecto a la paciencia que mis hijas (y todos los niños) necesitan. Nada mejor que admitir, sentir, que no lo estás haciendo bien para trabajar en corregirlo, en adquirir nuevas costumbres para eliminar aquel sinvivir y ser la madre que quieres ser, ¡que eres!. Así lo hice y ahí sigo día a día, consiguiéndolo unas veces mejor que otras, pero mejorando que es lo principal. Aprendiendo a respirar hondo sobretodo, a más tranquilidad habita, más se crea. No quiero criar con prisas, voces y nervios. Es importantísimo no perder la calma ahí te quedes calva de los nervios, jajaja.


A unos días de empezar el colegio, digo: Prueba superada. Estoy muy muy muy orgullosa de mis niñas… y de mí. 


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