Segundas partes doblemente buenas
Me he
reconciliado con la que fue mi mejor amiga desde los 12 años.
El verano pasado Sandra nos juntó
en la terraza del parque que queda entre su casa y la de mis padres. Iba hacía
allí cuando me llamó porque me estaba esperando. Recuerdo pensé: “¿Sandra
puntual y en esta plaza? que raro....” pero no sospeché nada en absoluto. Enseguida que las vi
allí sentadas me dije: ”mira que eres tonta, ¿cómo no lo has imaginado?” Es muy fácil sorprenderme porque soy medio lela.
Hemos estado casi siete
años sin hablarnos, que se dice pronto. Es muy fuerte. Pero ahí estábamos, de
pronto volvíamos a ser tres, ausentes pero cercanas. Distintas pero las mismas
de siempre. Sonreí algo nerviosa y me senté. Empezó a hablar ella. Me pidió
perdón por todos aquellos desplantes tan feos y aquel cambio de actitud que
tuvo conmigo cuando más la necesitaba. Explicó que al empezar en esta nueva
vida para ella y el mundo de las terapias naturales, se creció demasiado y
vivió un poco en un mundo que no era real. Me confeso con lágrimas en los ojos
que se equivocó y que luego no supo pedir perdón. Para cuando estaba lista,
tampoco se atrevió por miedo a que yo la rechazara.
Me pillo
por completa sorpresa, solo podía escucharla y disculparla porque para mí, en
ese preciso momento en que la estaba viendo y oyendo, olvidaba todo lo pasado. Aun
así le contesté, ¿es que no me conoces? Sé que tengo carácter pero ¿de verdad
tenías miedo a mi rechazo? No me lo podía creer. Eso no hubiera pasado jamás.
Yo
también le confesé que sufrí muchísimo y que durante mucho tiempo, ese dolor
era tan fuerte que estaba llena de rabia. Jamás podría odiarla por más que quisiera (bueno....quizás a veces creo que sí la odié), pero se traducía más bien a repulsa. De alguna forma tenía que gestionar esa decepción, ese dolor que para
mí (siempre lo he dicho) fue un golpe durísimo.
Desde
esa reconciliación, solo nos habíamos vuelta a ver un día en casa de Sandra un
ratito pero nunca habíamos quedado a solas hasta el pasado domingo. Fueron un
par de horitas y pasaron volando. Estuvo genial ponerse al día, cómo nos había ido
en este tiempo en el que nuestras vidas han dado un giro radical, la suya en el
ámbito profesional y la mía en el familiar. Ya no somos las mismas, eso está
claro, pero vamos retomándonos donde lo dejamos.
No soy
una persona rencorosa. O lo soy solo hasta que las cosas se hablan y sobretodo, se arreglan. No me
gustan los conflictos aunque siempre acabe metida en ellos por no saber callar ni saber decir las cosas con más dulzura. Ser borde y seca tiene estas cosas. Y luego
en realidad, ni soy borde ni soy seca. Pero mi carácter impulsivo me pierde la
gran parte de veces.
Así que
no le guardo rencor pero para nada. Tampoco puedo decir que este completamente
olvidado, pero sabéis por qué en realidad no lo he olvidado? Porque no le
perdono lo muchísimo que la eché de menos en muchísimos momentos de mi vida
durante este tiempo. Es por esa tristeza vivida, que queda ese poso de resentimiento.
A nuestra primera cita nos acompañaron mi Carla y su niña mayor. Por eso fue doblemente
buena nuestra tarde, porque nuestras niñas se cayeron muy bien y lo pasaron
estupendamente juntas. Hubo química entre ellas. Y eso sí que no me lo esperaba
Ya
preguntan que cuando nos vamos a volver a ver. Por eso digo que a veces las segundas partes, pueden ser doblemente buenas.
Me alegro haber recuperado nuestra amistad.
Comentarios
Publicar un comentario