Las vacaciones en el pueblo

Cuando era pequeña, me encantaba tirarme en el suelo y adivinar qué dibujaban las nubes. Pues ya en camino, hacía poquito que estábamos en carretera cuando de pronto, el cielo se abría dibujando un brillante corazón, ¿lo veis? Suspiré. Supe que mis abuelos nos sonreían, que están felices de que volvamos y mantengamos viva su casa, con este amor que le tengo. Estuve muy nerviosa hasta este preciso momento, nervios sobre todo
por cómo iría el viaje con mis dos gruñonas, por
como estarían allí, pero en este instante, supe que todo iba a ir genial…y así
fue.
Aun habiendo pasado muchos años, nada más poner
un pie en la calle y cruzar la puerta, me sentí como si hubiera estado ayer
mismo. Amo este lugar.
Fueron días de exclusiva tranquilidad, que es
justo lo que todos deseábamos y necesitábamos. De silencio y paz. Vivir sin prisas, a
dulces sorbitos saborear todas las horas del día. Con poco somos felices. Mis hijas encantadas en un nuevo lugar por conocer.
Disfrutaron muchísimo de los días en el pueblo y estaban en su salsa haciendo
vida en la calle. Enseguida hicieron amigas además, con las que jugar hasta
altas horas de la noche al escondite, las cartas, la araña peluda….hasta se le
pegó el acento un poco a Carla. Mis dos exploradoras eran un peligro entre tanta cuesta. Algún susto tuvimos. Tampoco pudieron faltar el desayuno de coñaras con chocolate.
También hubo tiempo para visitar Córdoba y
Granada. Que bonitas son las dos. Era la primera ocasión en que hacíamos turismo
en familia. Desde que somos padres, nos habíamos apoltronado en los campings y
que gusto retomar un poquito la dinámica de andar y visitar nuevos lugares. Me
supo a caramelo.
Volveremos mucho más a menudo. A todos nos ha encantado. Misión cumplida. Todo ha valido la pena. Si me ayudas
un poco, “esto seguira como está abuela”.
Te lo prometo.
Te lo prometo.
Comentarios
Publicar un comentario