Navidades 2019

Mesa de Navidad,
tomando forma.

Que la Navidad es una fiesta pagana de hace más de mil años, a nadie le queda la menor duda, y personalmente, me gusta más así. Ni la propia iglesia sabe cuándo nació Jesus. Sin ser nada católica, aunque muy creyente en ese Dios que es para mí la mágica energía que emana del propio Universo y habita en el profundo núcleo de nuestro ser, confieso mi contradictorio sentimiento de pereza y amor por la Navidad.

Ella proviene de celebrar el solsticio de invierno, cómo victoria de la luz sobre la oscuridad, el reinicio de los días  (que ya empiezan a notarse más largos) y las fiestas familiares por el agradecimiento a la tierra de las cosechas ya recogidas. Son celebraciones  que representan de ese modo el ciclo natural de entender la vida, muchísimo más bonitas que el propio nacimiento de un hombre celestialmente bueno. Así, respetando todas las creencias y juntándolo todo, tenemos las actuales navidades donde quizás cada vez se cantan menos villancicos para ganar terreno a un consumismo desmedido. Pero bueno, de esto también habría que hablar. Como cada año digo, la verdadera felicidad es reunirse con tus seres queridos un año más. En sí, efectivamente más parecida a la celebración romana, de hacernos regalos, de bendecir la “cosecha recogida”, a veces buena y otras peores, y agradecer por ello.

Mi madre siempre ha sido la encargada de todas las fiestas, pero con motivo de su  recuperación de su rotura de fémur, redistribuimos las celebraciones navideñas entre los hermanos y yo sin dudar, elegí la Nochebuena. Quería agradecer muchas cosas. Si el año pasado mi tren de mercancías iba cargadito, este año no viajó más ligero, al contrario. A veces la vida tiene unas cosas de lo más graciosas. Debe pensar: espera que como te veo fuerte y veo que puedes, voy a cargarte con un saquito más. Y eso hizo.

Pero afortunadamente, todo salió bien y solo fue otro año más de grandes sustos. Más intensos, cierto es. Más serios y delicados al tratarse de salud, pero arrancados de raíz finalmente y superados por el momento felizmente.

Preparé muy-muy ilusionada toda la festividad. Con mis indecisas decisiones, preparé el menú que modificaba sobre la marcha. Porque yo soy así. He llegado a la conclusión con esto, que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer incluso ni tratándose de las recetas. Porque otra explicación no tiene. Absurda rebeldía culinaria, de además una ignorante venida a chef. Me pasa con la termomix, me pasa con la cazuela y me pasa con todo. Así voy. Pero quedo riquísimo todo, tanto que ni yo me lo podía creer.

Los entrantes de toda la vida que más me gustan, dos tipos de canapes fueron tostas de atún y cangrejo y tartaletas variadas. Picoteo de queso y jamón. Mejillones al vapor que son puro vicio. Tampoco faltaron  los típicos langostinos ni una riquísima tortilla de patatas. Desde que mi hija ha superado la alergia al huevo, no puede volver a faltar.

De primero siguió la sagrada sopa de pescado que no puede faltar. Aquí es donde más sufrí porque hay críticos soperos en mi familia muy exquisitos. Superé la prueba y no sobro ni un galet.

De segundo venía el solomillo Wellington que la semana anterior preparé para ver si esto estaba tan rico como decían. Decidí hacerlo por eso precisamente, por su buena fama en el grupo de la Termomix. Y a los carnívoros de mi casa les gustó muchísimo. Es fácil y resultón. Lo que pasa es que puse mucha comida y esto fue lo que no se comió. Compré cinco solomillos, solo dos metí en el horno y sobraron la mitad de ellos.

Para acabar, hice coulants para todos. El comentario de la noche fue el de mi madre: “¡empieza por esto y déjate de tanta comida!” gracioso viniendo de ella sobretodo porque no es muy de postres. Pero es que donde se ponga un coulant…

Tampoco disponía de vajilla para 15 comensales, eso es otra. Así que tuve que comprar de todo. I love Ikea. Esta Nochebuena estrenemos sobreplatos, platos, vasos y cubiertos. Que mesa tan bonita quedó. La casa también la decoré especialmente para mi familia con detalles nuevos.

Disfrute muchísimo de los preparativos y fui muy feliz aún el trabajazo que conlleva. Entré en la cocina a las 10 de la mañana, con tejanos, un jersey negro y una coleta. Con el mismo look acabé. Ni me cambié. Pero disfruté como nunca dando gracias por la victoria y la cosecha de tenerlos a todos conmigo. Por eso no quería dejar de dejarlo por aquí relatado, aunque estemos ya a mediados de enero.


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